En Cartagena, la leyenda de Aliacán, o mal de ojo, ha perdurado a lo largo de los años, transmitiéndose de generación en generación. Según la creencia popular, el Aliacán se manifiesta en personas con piel amarillenta, como símbolo de un maleficio o envidia proyectada sobre ellos.

Desde tiempos antiguos, el término Aliacán ha estado presente en la cultura cartagenera, siendo asociado con momentos de tristeza o desgana, especialmente en niños y adolescentes. Se les diagnosticaba como «alicaídos», indicando una pérdida de energía y vitalidad, o en algunos casos, como «mal de amores».

Tras la guerra civil, el Aliacán era una dolencia común, especialmente en los más jóvenes. Las madres solían llevar a sus hijos a curanderas como «La tía Sota» o «La Poncilla» en busca de una cura. Estas curanderas utilizaban métodos ancestrales, como el del candil y el tazón de agua, para detectar la presencia del mal de ojo en una persona.

Según la creencia popular, el mal de ojo se origina en pensamientos negativos, envidias o deseos malintencionados dirigidos hacia otra persona, pudiendo ser conscientes o inconscientes. Para contrarrestar esta influencia, algunas personas recurrían a prácticas como pellizcos o empujones para cortar la transmisión del maleficio.

En la tradición rural de Cartagena, se encuentran diversos remedios para combatir el mal de ojo, como observar el agua correr o realizar ciertos rituales con elementos simbólicos. Uno de los métodos mencionados consiste en orinar en un manrubio, una práctica común en algunas zonas rurales.

La tradición también incluye la recitación de oraciones como una forma de protección. Estas plegarias buscan la intervención divina para liberar a la persona afectada por el mal de ojo y restaurar su bienestar emocional y físico.

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